Llama mi atención que muchas personas y medios hablan de “la nueva normalidad” como algo que ya llegó y se instaló ya en nuestras vidas. Como si fuera un viajero esperado -indeseable o no- cuya llegada inminente se hubiera verificado. Como si con un arrebato soberano desmontáramos la mesa con todo su equipamiento y utensilios y tendiéramos un nuevo mantel y una nueva vajilla de insospechado diseño.
No obstante, nadie podría definir esa nueva normal que, dicen, llegó.
Se referirán, acaso, al hemibrassier que imponen a nuestro rostro con función más soterrante y menos profiláctica? O, tal vez, a los guantes usados y sobreusados que lejos de prevenir contagios acumulan más y más suciedad? O, quizá, a la “sana distancia” mantenida sólo en apariencias?
Toda esta pandemia y cuarentena no tiene un claro fondo, enturbiado su contenido con hiperinformación, intenciones opacas entrecruzadas y absurdos y dudas razonables abiertas. La incapacidad de las pruebas PCR para determinar ningún virus; el tamaño del coronavirus que físicamente le impide flotar en el aire; su poca virulencia y morbilidad; los registros de mortandad alterados; la tentación del poder de control sobre la población.
Tantas cosas que no tienen respuesta y que se van cubriendo rápidamente de un sedimento con textura de moda y presión de grupo. Tantas preguntas sin respuesta.
Prefiero ver esa nueva normal con ojos positivos, dado que es un fenómeno real en el entorno. Prefiero definirla como un cambio de consciencia, donde el confinamiento ha generado varios beneficios muy claros.
El ritmo laboral que por décadas resquebrajó y casi sepultó la cantilena hogareña, que finalmente se rinde y aquella resurge, vigorosa, constante, lozana. De haber prácticamente ninguna, ahora tres comidas al día juntos toda la familia. La mamá llamando a comer y todos poniendo pausa a sus reuniones y acudiendo a la mesa a bendecir y compartir los alimentos. ¡Maravilloso!
El ejercicio -obligado, sí; pero valiosísimo- de depurar los bienes y posesiones, los hábitos y costumbres a favor de lo frugal y verdaderamente necesario. Hay poco dinero? Bien, pues a gastar mejor y con más conciencia. ¡Fabuloso!
El enriquecimiento personal mediante cantidades de webinars que han estado inundando la red. ¡Pura fortuna!
El uso práctico de las videollamadas en grupo hacia familiares, hacia alumnos y hacia clientes, haciendo más eficiente nuestro tiempo y esfuerzo. ¡Todo un portento!
Y ese acercamiento evidente de cada docente a sus alumnos mediante los chats asociados a clase. ¡Cercanos como nunca antes!
Qué es, pues, la nueva normal que nos llega? Se antoja un fast-food vencido por un slow-food. Me parece que en esa definición apenas esbozada, habremos de incluir familia, cercanía, tolerancia, inteligencia, cariño, sinceridad, reflexión, confianza y visión.
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León Mayoral
Publicitario miembro de ASPAC
Por un México bueno, culto, rico y justo.
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